De Vidas y muertes. Historias pequeñas. - Cuento: "Ofrenda" - Miguel Rusito Fernández

(basada en la creación de Aníbal Spasaro)

Me encuentro parado en este lugar, con desmesurada atención toco ese líquido tibio, espeso, vivo, que se escurre entre mis dedos con la misma facilidad con que la muerte la lleva. Su contacto suave cosquillea en mí, estremeciéndome, mientras un fino hilo se divide en cada imperfección de mi piel. Lucha por ocultar el brillo metálico, pasando del carmesí al púrpura como sus labios, al negro como el olvido.

Las gotas caen desde el filo cada vez con mayor lentitud, lanzándose al vacío, destino de una muerte segura. Cruel ironía la de morir dos veces. Mis yemas acarician el viscoso fluido que tiende a solidificarse. Mis ojos se cierran, mi respiración se hace más profunda con cada resuello, como si, para alimentar mi corazón necesitara más y más oxígeno, más y más combustible, más y más aliento.

Me transporto a aquella escena, en que las figuras ataviadas de blanco giran alrededor de la mesa de mármol donde la doncella inmaculada y somnolienta descansa narcotizada por el éxtasis. La marcha lenta de los hermanos que acarician con ternura reverencial el cuerpo desnudo cubierto por el lienzo del ritual, se confunde con el ritmo de mi propia respiración, y me invade el olor penetrante y dulzón de las hierbas que arden en los pequeños calderos que rodean a la princesa. En una acción coordinada por la práctica ancestral se levanta la daga ceremonial junto a todos sus brazos y bajan en un solo movimiento. El cuerpo semiconsciente se retuerce mientras el vital rojo se esparce contagiando su color a todos los participantes.

Estoy atrás, lejos, no llego a tocar todavía, pero mis inocentes y pequeñas manos se estiran tratando de integrarme a la fiesta, a la alegría, a la entrega. Una cálida mano varonil se apoya en mi hombro con una firmeza capaz de reconfortar mi espíritu ansioso y pecador, una voz grave y fraternal me dice –ya llegará tu momento hijo mío, ya llegará.  Solo al final, antes del último suspiro, me dejan tocarla, antes del último estertor puedo teñirme del color más vital del universo, de ese color ahora oscuro que fue energía y deseo.

Vuelvo a este lugar, donde todo el ceremonial ha sido completado por mí, uno de tantos. No recuerdo cuando comencé a matar, si al menos recordara la razón...

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