Recorrer esta geografía jujeña, la quebrada, los cerros de colores, el cielo limpio y perfecto, el aire seco y fresco en esta mañana invernal es inmensamente maravilloso. También lo es caminar por las callecitas de los pueblos, ver las casas de adobe, empaparse en los caminos polvorientos, transitar entre puestos de mercancía supuestamente artesanal, pero muchas veces confeccionada industrialmente en otros lugares, en otros países. Pero lo más inquietante, aquello que en forma bestial, emociona, indigna, angustia, alegra, es la esquiva mirada de los hombres y mujeres que nacieron aquí hace dos mil años. Esos ojos, tienen millones de imágenes, de la paz, de la guerra, de la pérdida de vidas en manos de los conquistadores, del aprendizaje de las conductas de la supervivencia. Del silencio. En este lugar, no dejo de preguntarme qué soy, quién soy, a qué lado del recuerdo de este pueblo pertenece el recuerdo de mis antepasados. Y no puedo dejar de sentirme extranjero, foráneo, invasor,